miércoles, 4 de junio de 2008

"Interrumpí mi educación a los 6 años para ingresar a la escuela"


Lejos de la gracia, este dicho popular se está convirtiendo en el caño roto que socava los cimientos de la institución escolar.
La escuela fue, durante muchos años y hace muchos años, un referente de escala social, y como tal, el elemento indispensable para planificar un futuro.
Hoy, hace rato que el posmodernismo nos llevó las planificaciones, y, con la idea de que "la vida es un rato", también nos llevó el futuro.
Sin embargo las generaciones nuevas; aquellas que no "eligieron" dejar de planificar viviendo el hoy porque las guerras le habían quitado, junto con el capitalismo excluyente, las garantías de prosperidad que el positivismo le había prometido; tiene la necesidad esencialmente humana de planificar ante la incertidumbre, para generar algún tipo de seguridad emocional. Pero ante un contexto que no lo invita a cuestionarse sobre su porvenir, abandona las preguntas dejándose llevar, construyendo una angustia disfrazada de resignación.
En este punto, la escuela debería, como primer espacio de sociabilización, trabajar en pos de este cuestionamiento para ayudar a esta generación a encontrar el camino desconstructivo de esta angustia, y resignificar su especificidad como educadora para la vida. En cambio le brinda a estos chicos, una guardería con conocimientos que no le significan nada, y trabajados de una manera que tampoco aportan nada.
Es nuestro trabajo entonces como futuros docentes de arte, frotar las yemas de nuestros dedos y empezar a trabajar desde lo emocional para dar vuelta este barco y empezar a transformar esta angustia en demanda movilizadora para una trasnformación radical del ser.
¿Cómo? Ampliando la perspectiva del chico y aprendiendo de ellos a abrir la mirada. Pero con calma, entendiendo que los cambios toman tiempo, y que necesitan de nuestro compromiso constante y sincero (sincero sobre todo).
La respuesta quizá sea acercar contenidos desde otro lugar, un lugar más cercano a ellos (no significa menos profundo), de una manera más desestructurada, alejándonos del personaje omnipotente y ofreciendo con humildad puntos de partida para comenzar a reflexionar sobre quienes somos y que queremos, tanto ellos como nosotros. Iniciarnos en el camino de proporcionar cuestionamientos y no respuestas propias que resultan inentendibles a los ojos de un chico que no sólo está en el camino de conformar su propio yo, sino que además está inmerso en un contexto mucho más complejo que el que nosotros vivimos, con muchas menos certezas que en nuestros días.
Hoy, la única verdad cierta, valga la redundancia, es que la escuela recibe a estos chicos, con esta angustia, y como bien reza el dicho, no estamos enseñándole nada que le sirva para resolver su propia vida. Será nuestra tarea de hormigas como futuros docentes, poder, desde nuestro lugar, abrir este camino de interrogantes que ayuden a ver otras opciones, posibilitando la toma de decisiones a partir de una elección concreta, porque sólo el que sabe que existen otras opciones elige. Aquél que no conoce opciones, actúa siguiendo a la manada, ignorando el libre albedrío que, por ser humano, posee.