martes, 23 de diciembre de 2008

Evaluación, cuestión de conciencia


En lo cotidiano, las actividades diarias, incluso aquellas en las que consideramos que actuamos automáticamente, estamos evaluando. El ámbito de la educación no es la excepción. Nuestras decisiones de comprar tomates o esperar hasta la tarde que vienen de la feria más frescos, no tendrían mayores consecuencias, pero de igual manera son hábitos evaluativos que, de igual manera que en la práctica educativa, generan antecedentes de resultados ante determinadas decisiones estratégicas.
La evaluación es un elemento de vital importancia dentro del acto educativo. Por un lado permite conocer el grado de aprehensión de los conocimientos de los alumnos en el proceso de construcción del saber, y por otro lado funciona como una devolución de la práctica de uno como docente. Una especie de diagnóstico sobre cómo su práctica ha ido avanzando y cuáles son las modificaciones que se ven necesarias realizar para mejorarla.
Seguramente estaremos de acuerdo en que el método más indicado para estos fines es el de proceso, que posibilita el ejercicio “derrídico” de pararse en el margen y modificar, en el mismo camino de la práctica, las estrategias utilizadas.
En este sentido es necesario crear vínculos con el alumno que nos permita conocer sus potencialidades y sus necesidades educativas, más allá de sus intereses, que son los que nos permitirán formalizar nuestras prácticas en planificaciones plausibles y diversas.
El diálogo en este sentido se torna esencial, pero además de la búsqueda de comprensión del otro, también debe tener la meta final de mejorar no sólo la práctica propia, como hemos mencionado anteriormente, sino la estructura propia del alumno para apropiarse de los conocimientos.
Institucionalmente, la evaluación toma una forma titánica en dos aspectos: por un lado es también diagnóstica para considerar la calidad de la formación de la institución, y por otro, las prácticas evaluativas de las instituciones tienen mucho que ver a la hora de decidir sobre cuál responde mejor a las expectativas de los alumnos (en caso de los niveles más altos) y de los padres de alumnos (en caso de los niveles iniciales), lo que hablará de la calidad de personal docente y de la unidad en el equipo directivo.
En este sentido, la evaluación se torna fundamental para poner en relieve cuáles son los aciertos y cuáles los aspectos a mejorar dentro de la educación escolar.
En la institución a la que pertenezco conviven diferentes métodos de evaluación: por un lado, y dada las características de la formación artística de trabajar en forma de taller, existe una ineludible evaluación de proceso; por otra parte, la convive con espacios que forman en lo pedagógico, que si bien acompañan en el proceso de aprendizaje del alumno, la evaluación se concretiza en instancias parciales y finales. De igual manera, los mecanismos del sistema, obligan a los docentes a reducir a un número, los progresos, habilidades, potencialidades, de los alumnos, por tanto que resulta difícil congeniar el proceso con el resultado, pero es una contradicción a la que “el sistema” nos tiene acostumbrados.